No es una rareza que menores de edad participen en las manifestaciones. Una estudiante de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) a la que también le gusta estar al frente dice que los ve todo el tiempo. “Yo he hablado con ellos. Uno de los grupos se hace llamar la resistencia del 23 de Enero y son puros carajitos. El que parece ser su líder tendrá 16 años. Los demás tienen 12 o 14. He visto chamitos así en la avenida Victoria, El Paraíso, Chacao. Tienen hambre, y esta es su manera de descargar su rabia”. Libia Álvarez, paramédico de la Cruz Verde, también ha visto niños lanzando piedras a la GNB por los lados de El Sambil y el CCCT. “Por lo general están allí pidiendo algo de comer, andan descalzos y en muy malas condiciones de higiene”.
Prepara la “morrocoy”
Ese 3 de mayo de 2017 en Altamira ninguno dijo vivir en la calle. Los chamos reconocieron que estaban allí escapados de sus padres. Uno de 16 años de Pinto Salinas también se movía entre una avenida y la otra del sur de Altamira. Llegó hasta el lugar a pie con la intención expresa de participar en la manifestación. “Nadie sabe que estoy aquí y no me da miedo. Lo hago porque es una lucha, porque no tengo comida. Ahora estoy con los convives —compinches de guarimba— y ellos son los que me regalan un poquito”.
De nuevo una nube venenosa se cierne sobre la avenida Sur, pero ni él ni sus compañeros corren. Están aclimatados. “Tranquilos, tranquilos. No corran”, advierten a la masa. Un grito aumenta la tensión: “¡Médico! Hay un herido”. La exhortación resuena con fuerza. De repente entre la multitud una moto que lleva a alguien inconsciente. La escena, aunque de terror, al final se repite muchas veces. En algunas oportunidades no son motos, sino dos combatientes llevando a cuestas a un asfixiado; o a alguien cojeando por el impacto de una bomba.
Comienza un murmullo. Parecen ser cacerolas, pero no lo son. El metal suena diferente. Poco a poco aumenta en decibeles. Es el tronar del muro que resguarda el terreno de Altamira Sur. El ruido no molesta. Es un llamado al aguante. Se hace más fuerte a medida que se dibujan líneas de gas sobre las cabezas de los manifestantes. Es entonces cuando Carlos Véliz se deja ver. Es de Guatire y tiene 16 años. “Estoy aquí porque quiero defender mi futuro. Si no lo hacemos ahorita después no habrá nada. Solamente una dictadura y cómo voy a hacer yo”. Carlos tiene una misión en la batalla aunque no sepa muy bien cómo pronunciarla: “Mi función es lanzar piedras y las bombas… ¿morrocoy? Esa vaina. Lo aprendí aquí. Se hacen con un poquito de gasolina y tierra para que se expanda”.
Es un trabajo de relevos. Mientras algunos emergen con la cara roja y sudorosa, otros bajan a las cercanías de la autopista Francisco Fajardo a continuar el enfrentamiento. Marco Murillo, de 14 años, apareció con la cara constreñida, arrugada, los puños apretados y los hombros cuadrados. Vive en la carretera Petare-Guarenas y también llegó caminando. “No me gusta cómo está el país. Uno aguantando colas”. Él no sabe hacer molotov, pero sí sabe lanzarlas. Su trabajo además es devolver las lacrimógenas a los guardias, o llevar las bombas a los “escuderos”. “Mi única protección son los guantes y la máscara, pero se le dañó el filtro”. Ese día tenía un solo guante y en la mano desnuda llevaba una piedra.
Junior Ortiz, de 12 años, jugaba con una roca. La lanzaba de arriba abajo para atraparla con la misma mano. Su única protección era un casco y como él mismo dijo: su fuerza. “Tiro piedras como puedo y aguanto como puedo también”. Afirma que participa porque está luchando por su país y porque le gusta la adrenalina. Llegó desde la Urbanización Simón Rodríguez —cerca del Teleférico Waraira Repano—, con su papá y un tío, aunque siempre se le veía solo.
En la avenida Victoria
Estaban en la avenida Victoria cuando la represión arreció el 1° de mayo. Eran dos, ambos dijeron llamarse José y ser hermanos. Rondan siempre entre las calles Internacional y El Progreso. Uno aseguró tener trece años y el otro afirmó que tenía once. Llegaron justo después de una de las rondas de gases lacrimógenos que lanzó la PNB a los manifestantes.
Estaban alzados. Los dos con piedras en las manos. El más grande cargaba su china con una roca cada vez que escuchaba una detonación.
—¿No son muy chiquitos para estar aquí?
—Eso no importa.
—¿Y por qué vinieron?
—Porque tenemos hambre.
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