Las fuerzas de seguridad en Venezuela suelen ser caracterizadas como villanos con uniformes oscuros. En un video un joven manifestante que se acercó a los oficiales con sus brazos extendidos terminó tirado en el suelo, víctima de una bala, según varios testigos.
PATRICIA TORRES / NICHOLAS CASEY / THE NEW YORK TIMES EN ESPAÑOL
Foto de Meridith Kohut para The New York Times
En otra grabación, las tanquetas de la Guardia Nacional Bolivariana arrasan con los manifestantes. En otra escena, un hombre rodeado por gas lacrimógeno cae al piso y convulsiona antes de que un par de soldados lo suban a su motocicleta.
Sin embargo, detrás de las macanas y los escudos, muchos policías venezolanos también padecen por la crisis económica y comparten muchas de las quejas de los manifestantes. Eso los ha hecho cuestionarse sus lealtades al gobierno que tienen que defender.
“También somos ciudadanos y no estamos exentos de esta crisis que nos afecta”, dijo una oficial de 46 años de la Policía Nacional durante un despliegue en Caracas.
Como un sinnúmero de venezolanos, ella revisa su refrigerador cada vez que va a salir de su casa y está prácticamente vacío; apenas tiene comida para alimentar a su hijo. Antes de llegar a la zona de Caracas donde había manifestaciones salió de su hogar, una vivienda pública, entendiendo muy bien las razones de las protestas.
La policía pidió mantener su anonimato, como otros entrevistados para este artículo, por miedo a represalias por parte del gobierno que los amenaza con ser despedidos de su trabajo, una labora por la que se les paga menos de 1,75 dólares diarios (según la cotización del mercado negro). Mientras la lucha por el futuro de Venezuela se libra en las calles, ella dice que se siente entre la espada y la pared porque trabaja para un gobierno en el que ya no cree y el movimiento de las protestas la considera como una enemiga.
“Si hablas mal de Maduro, te encarcelan“, advirtió.
Como no pueden manifestarse frente al Palacio de Miraflores, que está acordonado, muchos venezolanos han expresado su descontento en enfrentamientos contra los policías que tienen la tarea de contenerlos en las calles; les lanzan bombas molotov e incluso heces. Las autoridades dicen que hasta ahora han fallecido un policía y un miembro de la Guardia Nacional Bolivariana.
Las escenas de represión por parte de la policía y los militares también son impactantes. Mientras los manifestantes demandan comida y elecciones, los oficiales los arrastran por el pavimento o los persiguen con el gas lacrimógeno. En las últimas semanas se han contabilizado más de 40 muertes.
Y, sin embargo, hay momentos en los que ambos bandos comparten su pesar. Al lado de un edificio durante una noche reciente, mientras se escuchaban los disparos y las personas armaban un cacerolazo contra Maduro, alguien proyectó un mensaje contra un muro dirigido a la policía y la guardia.
“¿No tienen hambre?”, decía.
En los últimos dos años, la situación ha empeorado para los venezolanos que se enfrentan a la peor crisis económica en generaciones. Cientos de miles han salido a las calles para exigir la salida de Maduro y los más recientes enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas del Estado ya llevan más de dos meses.
Un día hace poco, los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela abandonaron las clases y, mientras intentaban llegar al Ministerio del Interior, se toparon con las fuerzas del orden. Pronto comenzaron a lanzar gases lacrimógenos y se escuchaban los disparos de balas de goma.
Juan Barreto/Agence France-Presse — Getty Images
“Bastardos, qué desgracia, la van a pagar”, le gritó una mujer a los oficiales desde un autobús que pasaba por la zona.
Un policía de 26 años de edad estaba en el sitio; no era mucho mayor que los estudiantes. Pero no eran los insultos lo que más lo molestaban ese día: era su paga, con la que apenas puede comprar una hamburguesa, y el hecho de que las protestas constantes lo han forzado a dormir en la estación policial donde los oficiales ya no tienen agua potable.
Dice que lo que más teme es regresar a casa. Explica que en donde vive el crimen es tan constante que las pandillas han comenzado a atacar a los policías directamente y un integrante de su unidad fue asesinado a puñaladas el año pasado frente a su familia. La pandilla le ordenó que se pusiera su uniforme antes de ejecutarlo, dijo el policía sobre su compañero fallecido.
“Matarnos es como ganar un premio para ellos”, dijo. “El gobierno no hace nada”.
Mientras hablaba, llegó la noticia de que un líder estudiantil había muerto en el estado de Anzoátegui. Los oficiales se quedaron en silencio y luego se trasladaron a otra parte de la universidad.
“Creo que van a tumbar este gobierno y poner fin al desastre”, dijo un policía antes de comenzar a caminar.
Aunque otros esperan que el desenlace sea distinto.
“Tiene que haber un acuerdo, el país tiene que unirse de nuevo”, dijo un comandante policial.
Tiene una carrera de 23 años en la fuerza y recuerda otras oleadas de protestas que se parecen mucho a las actuales: las de 2014 en las que murieron 40 personas o las de 2002 que llevaron al golpe contra el expresidente Hugo Chávez.
Cambió muy poco después de cada una, dijo el oficial. Cuando se le pregunta si habrá un nuevo gobierno después de estas manifestaciones, se queda pensativo y responde: “Los gobiernos van y vienen, pero la policía siempre permanece”.
Un sábado reciente en Caracas, otra jornada de protestas ocasionó el cierre de varias calles. Esa vez se habían congregado miles de mujeres, vestidas de blanco y portando banderas y las fotos de hijos y seres queridos que han muerto en los disturbios.
Una policía pasó por momentos difíciles al ver esa marcha; de 46 años, la oficial que formaba parte del cordón policial que intentaba frenar a las mujeres tuvo que aguantarse las lágrimas en varios momentos. Dijo que las manifestantes son muy parecidas a ella. Su lucha es la misma y también sus lágrimas.
En algún momento, una policía le gritó a un oficial: “No seas débil, no llores”.
“Quería decirle: ‘Nadie es una roca, porque mis ojos también se llenaron de lágrimas'”, mencionó la oficial de 46 años. “Pero nadie puede decir cosas así en este trabajo”.
Cuenta que, cuando se quita el uniforme por las noches, se siente tan vulnerable como cualquier otro venezolano.
Hace poco iba caminando a su casa con su esposo, un comandante policial, y llegaron a una calle sin alumbrado. Su esposo le dijo que tuvieran cuidado al caminar en la oscuridad y, poco después, ya había dos hombres acercándose.
“No grite”, les dijeron los asaltantes, según recuerda la mujer. “Y pensé: ‘Dios mío, nos van a matar'”.
Solo tenían una cuchilla de afeitar, y su esposo tenía un arma. Los hombres salieron corriendo.
“Esto no lo vale”, dijo. “Ya me cansé de esto y mi esposo también”.
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